Y me volviste a salvar. Otra vez. No te hizo falta un caballo blanco y veloz, y aunque,para mi, tenias pinta principesca, tu castillo estaba en las nubes y ahí es donde se tenía que quedar. Volviste a enseñarme cada día, a hacerme reír, a quererme, pero sospecho que nunca lo dejaste de hacer...
Volviste a recordarme de qué me alimento y que probablemente serás el último que no me pertenezca del todo, aunque yo te sienta como mío.
Volviste a darme abrazos fuertes para demostrarme que solo un niño quiere sin peros. Y todo esto sin darte ni cuenta...
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