lunes, 16 de diciembre de 2013

Café con libros

Cogió el bolso y salió a pasear, pensó que el aire puro le haría olvidar. Ilusa. Olvidar qué, si él se había acomodado en sus células y se reproducían tan rápido que no ganaba para antibióticos.
Menudo virus. Toda la vida esperando enamorarse, para cuando lo hacía, era el tipo equivocado. Sí, pensó podrían hacer un libro contando mi estupidez.

El chico era como la adivinanza : "Oro parece, plata no es"...hojalata... si, hojalata. Roñosa y, además, dañina. Un canto de río en bruto, que solo servia para tirarlo pero no darse con el en la cocorota como hizo ella.
Fue a un Café, de esos que te prestan libros. Quizá con la cafeína y amores literarios dormía más tranquila esta noche...pero ocurrió, como es de suponer, lo contrario.

Pensó que "las cosas del querer" eran más importantes que ella misma, y cómo no, se volvió a equivocar. Ahora si que se podía escribir un libro...pero de autoayuda.
 Pensó en su hombro para llorar, su amigo, su confidente, el hombre que le amaba en secreto, el que pasaba desapercibido ante su mirada... como en todas las historias, las de los libros y las de fuera de ellos. Aunque esta vez, ella no podía quedarse con él, aún no había matado al virus.
Así que volvió a casa, y se curó como se cura la gripe, en la cama calentita.

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